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Dos lecciones de un texto antiguo, que cambiarán tu vida

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Teetime Klever / The New York Times

Un texto un tanto oscuro, de unos 2.000 años de antigüedad, ha sido un maestro y guía durante los últimos años, y la estrella polar de muchos estos últimos meses, cuando muchos han sentido que se ahogan en un océano de tristeza e impotencia.

En las profundidades de la Mishná, un compendio jurídico judío de alrededor del siglo III, hay una antigua práctica que refleja un profundo conocimiento de la psique y el espíritu humanos: Cuando se te rompe el corazón, cuando el espectro de la muerte visita a tu familia, cuando te sientes perdido y solo e inclinado a retirarte, te presentas. Confías tu dolor a la comunidad.

El texto, Middot 2:2, describe un ritual de peregrinación de la época del Segundo Templo. Varias veces al año, cientos de miles de judíos subían a Jerusalén, el centro de la vida religiosa y política judía. Subían las escaleras del Monte del Templo y entraban en su enorme plaza, girando en masa hacia la derecha, en sentido contrario a las agujas del reloj.

Mientras tanto, los quebrantados de corazón, los dolientes (y aquí incluiría también a los solitarios y a los enfermos), harían este mismo paseo ritual, pero girarían a la izquierda y darían vueltas en sentido contrario: cada paso a contracorriente.

Y cada persona que se encontrara con alguien que sufriera, le miraría a los ojos y le preguntaría: “¿Qué te ha pasado? ¿Por qué te duele el corazón?”.

“Mi padre murió”, podría decir una persona. “Hay tantas cosas que nunca llegué a decirle”. O tal vez: “Mi pareja se fue. Me pilló completamente por sorpresa”. O: “Mi hijo está enfermo. Estamos esperando los resultados de las pruebas”.

Los que caminaban por la derecha ofrecían una bendición: “Que el Santo te consuele”, decían. “No estás solo”. Y luego seguían caminando hasta que se acercaba la siguiente persona.

Esta sabiduría intemporal habla de lo que significa ser humano en un mundo de dolor. Este año, recorre el camino de los angustiados. Quizá el año que viene seas tu. Sosteniendo un corazón roto.

En este texto hay muchas lecciones profundas, dos particularmente pertinentes en nuestro tiempo, cuando tantos de nosotros sentimos que nos estamos rompiendo. En primer lugar, no cojas tu corazón roto y te vayas a casa. No te aísles. Acércate a quienes sabes que te sostendrán con ternura.

Y en tus días buenos, los días en que puedes respirar, muéstrate también entonces. Porque el mero hecho de ver a quienes caminan contracorriente, a quienes apenas pueden sostenerse, y preguntar, con el corazón abierto: “Háblame de tu dolor”, puede ser la afirmación más profunda de nuestra humanidad, incluso en tiempos terriblemente inhumanos.

Es una expresión tanto de amor como de responsabilidad sagrada dirigirse a otra persona en su momento de mayor angustia y decirle: Tu dolor puede asustarme, puede inquietarme. Pero no te abandonaré. Me enfrentaré a tu dolor con un amor implacable.

No podemos arreglar mágicamente los corazones rotos de los demás. Pero podemos encontrarnos en nuestros momentos más vulnerables y envolvernos en un círculo de cuidado. Podemos prometernos humildemente: No puedo quitarte el dolor, pero puedo prometerte que no tendrás que soportarlo solo.

Mostrarnos unos a otros no requiere gestos heroicos. Significa entrenarnos para acercarnos, incluso cuando nuestro instinto nos dice que nos retiremos.

Significa coger el teléfono y llamar a nuestro amigo o colega que está sufriendo. Significa ir al funeral y a la casa de luto. También significa ir a la boda y a la cena de cumpleaños. Extiende tu fuerza, da un paso adelante en tu vulnerabilidad. Errar en la presencia.

Los pequeños gestos de ternura nos recuerdan que no estamos indefensos, ni siquiera ante el grave sufrimiento humano. Mantenemos la capacidad, incluso en la oscuridad de la noche, de encontrar el camino hacia los demás. Lo necesitamos, especialmente ahora.

Hay otra lección importante en este antiguo texto. Los humanos nos inclinamos naturalmente hacia lo conocido. Nuestras tribus pueden elevarnos, ordenar nuestras vidas, darles sentido y propósito, dirección y orgullo.

Pero el instinto tribal también puede ser peligroso. Cuanto más nos identificamos con nuestra tribu, más probable es que despreciemos o incluso sintamos hostilidad hacia quienes no pertenecen a ella.

Una de las grandes víctimas del tribalismo es la curiosidad. Y cuando dejamos de ser curiosos, cuando no intentamos imaginar o comprender lo que otra persona está pensando o sintiendo o de dónde viene su dolor, nuestro corazón empieza a estrecharse.

Nos volvemos menos compasivos y nos atrincheramos más en nuestra propia visión del mundo.

El trauma agrava esta tendencia. Refuerza el instinto de alejarnos unos de otros, en lugar de hacernos aún más vulnerables.

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