Tee Time Klever/Food and Travel
La cocina yucateca auténtica —esa que nace del fuego lento, las recetas heredadas por generaciones y los ingredientes de la milpa— tiene un guardián entrañable en Izamal: el restaurante Kinich. Fundado hace 32 años por Miriam Azcorra como un proyecto de titulación en turismo, este restaurante se ha convertido en uno de los máximos referentes culinarios del estado de Yucatán y en un motor del turismo en este Pueblo Mágico.
Ubicado a solo dos horas de Mérida, Kinich ofrece una experiencia inmersiva que va más allá de la comida. Sus espacios evocan las raíces mayas: una casona con muebles antiguos, artesanías, una palapa fresca y una cocina al aire libre donde se elaboran tortillas a mano. Aquí, cada detalle rinde homenaje a la cultura local, desde su arquitectura hasta sus sabores.

La propuesta culinaria de Kinich es un tributo a las recetas tradicionales. En su carta destacan el sikil pak, una salsa de pepita de calabaza molida con tomate asado y cilantro; la longaniza de Valladolid, el caldo casero de la sopa de lima, y guisos como la cochinita pibil, el queso relleno y el relleno negro. No faltan los clásicos antojitos: empanadas de chaya con queso de bola, panuchos, salbutes y papadzules, preparados por cocineras tradicionales como Gina Pech, originaria de Sitilpech, quien desde hace 16 años continúa las enseñanzas de su comunidad.
Los postres merecen mención aparte. El dulce de papaya verde, cocido en almíbar con canela por siete días, y el flan de queso de bola, son el broche de oro de una experiencia sensorial profundamente yucateca.

Pero Kinich no solo conserva el pasado, también mira hacia el futuro. En su huerto, que recorre el biólogo Jorge Rodríguez, se practica la agroecología y permacultura, cultivando ingredientes frescos para su cocina. Además, el restaurante trabaja con productores locales mediante proyectos como Taller Maya y Traspatio Maya, fortaleciendo las cadenas productivas comunitarias y promoviendo ingredientes como el maíz nativo, la miel melipona y la sal de Celestún.
Kinich es, sin duda, más que un restaurante: es un símbolo vivo de la riqueza cultural, gastronómica y social de Yucatán. Un lugar donde el tiempo se detiene para saborear lo esencial.